O las metas como antídoto frente al sufrimiento que la oposición conlleva
Para la mayoría de las personas el objetivo último es ser feliz. Ponerse de acuerdo sobre qué es la felicidad ya es otro asunto. Mantenerse feliz durante periodos de alta presión y sufrimiento intelectual o físico es un problema aún mayor que requiere una buena estrategia. En este artículo, trato de exponer mis ideas sobre cómo evitar el sufrimiento negativo durante la oposición y en la vida en general.
Este texto me ha sido difícil de escribir, pero creo que mi deber moral era hacerlo. Si la vida en general tiene muchas dosis de sufrimiento, la oposición es la vida al cuadrado. Todo se magnifica y distorsiona de maneras extrañas que solo un opositor comprende. Y si ayudan a alguien a ver las cosas menos torcidas, no puedo dejar de poner mis ideas a su disposición.
Tipos de felicidad, cuál interesa más para el esfuerzo a largo plazo y por qué
En mi opinión, basada en mi experiencia y mis apreciaciones, (quizá) podemos hablar de dos tipos de felicidad fácilmente distinguibles. La primera es muy colorida pero superficial y totalmente transitoria, como todos los sentimientos. Me refiero a la clase de felicidad que da tomarse una cerveza con un amigo en tu día de descanso tras una dura semana de estudio o trabajo. A ella me referiré como placer.
Frente a la anterior se encuentra una felicidad de tipo profundo –espiritual, por decirlo de algún modo–. Esta es una sensación más permanente, pero, a cambio, no es tan viva, es sutil. Y, sobre todo es mucho menos frecuente que la anterior forma de felicidad. En los que la alcanzan, se asienta en el fondo de la mente sin llamar la atención, como una especie de reserva de alegre tranquilidad y firmeza que acompaña a lo largo del día, a pesar de las circunstancias adversas. Esa clase de felicidad se siente cuando te consideras a ti mismo capaz de, tras cuatro horas de estudio, descansar diez minutos y seguir otra hora más, porque es lo correcto y porque, además, puedes hacerlo. A este tipo de felicidad la llamaré realización, a falta de mejor nombre.
Aquí está lo que he descubierto sobre la vida. No es tan complicada como solía imaginarla. Creo que la vida trata de sueños e historias. Todo lo que existe, absolutamente todo lo que vemos cada día (en la sociedad), […] todo surgió del sueño de alguien.
Habré escuchado esta cita de Les Brown por lo menos un centenar de veces, en mis auriculares, mientras hago deporte. Y aunque siempre he sentido que es una afirmación cargada de verdad, nunca he interiorizado la relevancia de la misma. Nunca, hasta que la semana pasada vi esta publicación de Bill Gates que hizo que se me pusiera la carne de gallina. Y, en tanto que considero que lo que voy a escribir es relevante tanto para quien se prepare las oposiciones a Judicatura en 2018 como para quien pretenda terraformar Marte en el año 2081, voy a inaugurar con esta entrada una nueva etiqueta: “mi particular visión del mundo”, porque me gusta pensar que mis nietos un día podrán ir a internet y leer lo que su abuelo en su momento pensaba, hacía y escribía.
Comencemos con este vídeo, antes de volver a la cita de Les Brown con la que iniciaba esta entrada.
Durante mis años de oposición, acabé comprendiendo quela manera en que pensaba y el diálogo interno que tenía conmigo mismo impactaban de forma directa en mi rendimiento. Si me decía a mí mismo que lo que estudiaba era un asco o que no me iba a dar tiempo a asentarlo antes de los exámenes oficiales, que no podía con aquello habiéndolo intentado todo o que a partir de las 6 de la tarde ya no me rendía hiciera lo que hiciera, la situación escalaba y se daba una reacción en cadena que acaba determinando lo que hacía y cómo lo hacía. Mi calidad de estudio decaía en picado, mi estado emocional se iba a la porra y me metía en uno de esos baches que todos los opositores pasamos.
Al principio, pensaba que era al revés: primero, me metía en el bache, y luego venía la cascada emocional que me llevaba a discutir conmigo mismo. Con el tiempo, me di cuenta que no era todo tan lineal, que frecuentemente todo empezaba por dejar que una idea, una creencia sobre un aspecto de mí o de la oposición, cuajara, y de ahí venía todo lo demás. Que yo mismo, con algo inicialmente pequeño, generaba el efecto dominó que me acababa por descarrilar.
Progresivamente, me fui haciendo mejor a la hora de combatir en la verdadera guerra de la oposición, que no es en la mesa de estudio ni en el preparador, sino en la cabeza del opositor. Y comencé a adoptar ideas y estrategias de pensamiento que, intuitivamente y a base de un gran esfuerzo de introspección, entedía que eran positivas para mí. Una de estas ideas clave era la siguiente: ya crea que puedo lograr algo, o que no puedo, la inmensa mayoría de las veces tengo razón. Lo que quiere decir, no que tenga muy buen ojo para valorar mis capacidades (no lo tengo, la verdad, no soy muy objetivo conmigo mismo), sino que precisamente lo que yo creyera determinaba el resultado.
Ojalá en aquel momento hubiera leído “Mindset: la actitud del éxito“, ya que recoge de una manera muy clara lo que a mí me costó entender años: el poder de las convicciones sobre uno mismo. Todo ello apoyado, además, con estudios, ejemplos e historias que hacen que el mensaje sea mucho más claro y fundamentado.
El libro se centra sobre una convicción concreta, una idea clave que genera toda una serie de efectos en cascada, determinando el comportamiento que cada uno seguimos al enfrentarnos a los problemas del día a día.
Esa clave es la siguiente:
O bien crees que tus aptitudes son fijas, que eres quien eres y cómo eres no puede cambiar.
O bien crees que las habilidades, valores y condiciones que posees cambian con el tiempo y puedes desarrollarlas con esfuerzo y dedicación.
Es importante tener en cuenta que nadie está del todo en uno de los dos extremos, sino que hay toda una escala de grises. Así, hay quien cree que la inteligencia es fija, pero la capacidad artística no, y viceversa. Hay quien cree que sus capacidades deportivas pueden desarrollarse, pero sus capacidades sociales, no, y viceversa. Y hay quien cree que las habilidades pueden desarrollarse, pero cuánto de rápido y hasta cuánto, son factores que no pueden cambiarse.
La primera creencia da lugar a la mentalidad fija, la segunda, a la mentalidad de desarrollo y, entre medias, quedan las creencias mezcladas. Todas ellas producen una serie de efectos en cadena, que son más negativos cuanto más cercanos a la mentalidad fija y más positivos si se aproximan al ideal de mentalidad de desarrollo absoluto.
Es relevante entender que este libro no trata de discutir, por ejemplo, si hay máximos a la inteligencia que puede desarrollarse, sino cuánto afecta creer que esos límites existen y que estás llegando a ellos, a la hora de medir tu éxito al tratar de desarrollarla. No se trata de si el lector podría llegar a mejorar su Coeficiente Intelectual en 50 puntos, sino de cómo de probable es que aumente, cómo de rápido y cuánto, en función de si cree o no que es posible.
Así que, quizá, ni tú ni yo podamos llegar a hacer un mate con tirabuzón practicando tres semanas intensivas, pero si tú crees que puedes y yo no, tendremos resultados distintos. Y, según los estudios, tú avanzarás mucho más que yo.
Ahora, volvamos a la oposición: como todos sabemos, se trata de una carrera de fondo, y en las carreras de fondo, un buen juego psicológico es esencial para triunfar. Cualquier corredor de maratón os lo confirmaría. Bueno, pues como en las maratones, en la oposición hay un día de carrera, pero en este no se gana si no se ha vencido anteriormente en los días de entrenamiento, que son muchísimos más.
Precisamente, al ser tan larga la oposición, el factor psicológico coge un peso mucho mayor. Se sobredimensiona la relevancia de ser constante en el estudio, estable emocionalmente y eficiente en todo lo posible. Y precisamente ahí es donde estas creencias entran en juego.
Tener una mentalidad fija sobre las capacidades de estudio, de concentración, o cualquier otra, supone la necesidad de probarse a uno mismo continuamente que tiene buenas condiciones. Al fin y al cabo, si no eres capaz hoy en estas condiciones, no serás más capaz mañana en las mismas circunstancias. Un bloqueo, por tanto, se convierte en permanente.
Además, la crítica recibida duele mucho más, porque no afecta a una situación transitoria, sino a tu valía como persona. Todo se convierte en un peligro para tu ego, y los humanos somos muy buenos protegiendo nuestro ego, nuestro concepto de nosotros mismos y nuestra valía.
Así, si te defines como “una persona inteligente, con muy alta capacidad de concentración, emocionalmente estable y con grandes capacidades de exposición”, el día en que no consigas entender una figura jurídica, que te distraigas continuamente, que te frustres y te bloquees ante tu preparador, no sólo estarás teniendo un mal día: estarás viendo caerse tu identidad a trozos a tu alrededor. Los retos son peligrosos para alguien con esta mentalidad, y la oposición está llena de retos.
Por contra, tener una mentalidad de desarrollo facilita mucho las cosas. Si entiendes que puedes mejorar, una carrera de fondo es mucho más aceptable. Si no puedes hoy, podrás mañana. Es más, el día en que no consigas entender una figura jurídica, que te distraigas continuamente, que te frustres y te bloquees ante tu preparador, no sólo estarás teniendo un mal día: estarás teniendo una oportunidad para demostrarte que puedes mejorar. Como mínimo, podrás ejercitar tu disciplina y desarrollar una piel más dura ante las dificultades.
Donde la mentalidad fija suponía definirse por aptitudes, la mentalidad de desarrollo supone pensar en uno mismo como una obra en proceso, con un concepto antifrágil, creyendo que los retos y problemas que afrontas te pueden hacer más fuerte. No supone liberarse, ni mucho menos, del ego, pero el orgullo no proviene de ser más inteligente, cualidad estática que simplemente es, sino, por ejemplo, de ser resolutivo, que requiere tratar de buscar soluciones alternativas cuando te bloqueas.
En definitiva, este libro demuestra cómo creer que puedes mejorar te lleva a lograrlo. Mientras que creer que eres bueno por naturaleza te lleva a ser defensivo en torno a tus cualidades y dificulta el crecimiento.
Respondiendo a la pregunta del enunciado: no necesitas talento innato, pero sobre todo, necesitas creer que no lo necesitas, que puedes desarrollar las habilidades necesarias, que puedes aprender y, además, que la velocidad a la que aprendes, memorizas y comprendes el material puede desarrollarse con el tiempo y el esfuerzo. Que puedes buscar nuevas estrategias y métodos para actualizar tus herramientas de estudio y ser mejor opositor.
Creer que puedes llegar a ser un gran opositor te llevará más lejos que creer que ya lo eres.
PD: “Mindset: la actitud del éxito” es un libro muy ameno -de hecho, para mí la única pega que tiene es que trata de amenizar demasiado, ¡ya que yo soy un friki de los datos y las estadísticas!- y muy sencillo de leer, por lo que se lo recomendaría a todo opositor al que le guste un poco de lectura ligera al terminar de estudiar, o para subirse el ánimo al principio del día o cuando está un poco “chof”. Ayuda al lector a creer en sí mismo, pero no desde el estilo “animadora ra ra ra” que a mí no me gusta nada, sino desde el análisis y el estudio, que le da credibilidad, ilustrado con historias para hacerlo más personal y fácil de leer.
PPD: Esta entrada va acompañada de un vídeo de youtube, en el que hablo algo más del tema desde una perspectiva algo más personal, podéis verlo aquí:
O por qué opositar es mucho más que acumular conocimientos teóricos.
La semana pasada, un profesor dijo algo que me motivó a escribir esta entrada. Comentó sobre la oposición que “donde de verdad se aprende” es en la práctica. Y me chocó notablemente que un hombre que es, sin duda, inteligente y aplicado – mucho más que la media de mis otros profesores, todo sea dicho – no comprendiera lo que la oposición realmente enseña.
En ese momento simplemente pensé que su opinión se debía a que jamás había opositado, o al menos no a alto nivel. Sin embargo, al irme a casa, en el autobús, me di cuenta de que muchos opositores tampoco llegan nunca a entender lo que la oposición enseña. Superficialmente, cualquiera diría que lo que se aprende son conocimientos teóricos y, si acaso, a memorizar eficientemente y exponer oralmente.
Pero pensar que la oposición te enseña a exponer conocimientos teóricos es como creer que para ser campeón de maratón, lo importante es saber poner un pie delante del otro. La realidad es otra. La preparación para una competición de alto nivel se basa en aprender hábitos clave que permitan entrenar con constancia, sin interrupciones, con una enorme ética de trabajo y desarrollando – y esto es lo esencial – una titánica habilidad para soportar el sufrimiento, el sacrificio y el aislamiento social.
En esto, van de la mano el opositor de alto nivel y el atleta que se dedica profesionalmente a una disciplina impopular. Ambos se levantan cada día y trabajan hasta la extenuación, rechazando distracciones y sacrificando la oportunidad de estar con personas que les son queridas. Ambos aprenden a conllevar las circunstancias y a desarrollar una mentalidad de profesional, de forma que da igual que llueva, el vecino haga ruido, su padre esté enfermo o ellos mismos estén desganados. Cualquier situación es un bache que uno se acostumbra a salvar, se aprende a sobrellevar todo. Se aprende a dirigir el pensamiento y la emoción frente a cualquier intromisión ajena, hasta el punto en que resbalan las manifestaciones pasivo-agresivas – o frontalmente agresivas – que, fruto de la preocupación o la mala fe, cuestionan si no estás desperdiciando los mejores años de tu vida o cualquier otra ocurrencia.
A todo lo anterior, se suma que el resultado de tanto esfuerzo es incierto: tanto para el atleta como para el opositor, el resultado no depende íntegramente de él. Y se aprende a asumirlo y a adoptar una mentalidad de absoluta responsabilidad, de forma que si se coge una gripe la semana antes del examen, el pensamiento automático es “no debería haberme montado en el metro”, en vez de culpar al Universo. Porque aunque sea una cuestión de azar, asumir la responsabilidad, psicológicamente, te posiciona en una situación de poder. Y es que si el Tribunal no te aprueba porque estaba de mal humor, ya que Sus Señorías se han perdido el Barça-Madrid por estar examinando, asumes que era tu responsabilidad deslumbrar y reexaminas todo tu material y método para lograrlo la próxima vez.
Esto, que te lleva a mejorar con cada derrota, sería imposible tanto si pensaras realmente que todo depende de ti – a la primera manifestación de que no es así, tu burbuja reventaría – como si rechazaras la responsabilidad de tu fracaso – pues seguirías haciendo lo mismo, ya que crees que todo estuvo bien por tu parte, y no mejorarías, lo cual te llevaría a la inevitable depresión que se produce al tocar techo, al sentirse estancado y saber que ya sólo queda tener más suerte la próxima vez.
Aún más, la oposición te enseña, incluso si no logras aprobar, a tolerar el rechazo. A asumir que aunque hayas dado todo tu esfuerzo – o tanto como pudiste dar – el fracasar no te convierte en un fracaso.
En definitiva, la oposición enseña a vivir mejor, a ser antifrágil y a no romperse ante la adversidad, sino a crecer frente a ella. La oposición enseña a fijar metas y objetivos, a hacer crecer la disciplina y la confianza en uno mismo, a dar forma a la vida con un conjunto de hábitos que te llevan poco a poco hacia donde quieres, a sufrir y a entender que el sufrimiento con significado es bueno, no malo, porque al otro lado están los resultados que buscas. A asimilar que sólo frente a la resistencia se crece, y que, por eso, las adversidades son oportunidades, tanto como una pesada carga es una oportunidad para el músculo que le permite fortalecerse.
Todo esto es lo que la oposición – o cualquier otra dura competición – te enseña en secreto.
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